Ha convertido la palabra y el gesto en sus armas para llevarnos a otros mundos. Es algo que deberían lograr todos, pero sólo los grandes actores lo consiguen.
Esta barcelonesa nacida en 1954 encabeza una generación de intérpretes que aprendieron de referentes como Nuria Espert, Rosa María Sardá y Adolfo Marsillach.
Curtida en las tablas y criada entre bambalinas, por sus venas circula sangre actoral ya que es hija de los actores Montserrat Carulla (Barcelona, mapa de sombras) y Felipe Peña, cuya voz en castellano nos llegó por boca de John Wayne, Anthony Quinn, Laurence Olivier, Burt Lancaster y Spencer Tracy. Al igual que su padre, coquetea con el doblaje –es la voz de Mira Sobrino, por ejemplo- aunque Victoria, antes de aparcar el nombre, se hizo popular gracias a la televisión y al cine.
Mario Camus vio en ella a la Martirio de La casa de Bernarda Alba; antes había participado en producciones de Jaime Camino (Dragon Rapide), Francesc Bellmunt (La orgía) y Pilar Miró (Werther), pero no fue hasta Secretos del corazón, en 1996, cuando abrió una nueva etapa: como suele hacer, se entregó a una descarnada madre en Morir (o no), de Ventura Pons, y fue la única mujer entre todos los hombres de Smoking room, sin olvidar sus participaciones en Sé quien eres, Piedras, Las voces de la noche y El principio de Arquímedes.
Comenzó en el teatro a mediados de los 70, con El criado de dos amos, de Carlo Goldoni. Fue el inicio de una dilatada carrera: a montaje por año, Peña sedujo a los aficionados a las tablas con obras como Doña Rosita la soltera, La balada de Calamity Jane y Tirant Lo Blanc. Se apropia del texto clásico en estado puro (Electra), pero también tamizado por Lluís Pasqual (Edipo XXI) y Mario Gas (La Orestiada).
El gestor del Teatro Español la ha convertido en una de sus actrices-guía, junto a Gloria Muñoz: la catalana debutó a sus órdenes en 1978 con Enrique IV, de Pirandello; desde entonces cultivan una relación de amistad alimentada por el amor a Brecht (La ópera de tres centavos, Madre coraje), Shakespeare (Otelo) y Sondheim & Wheeler (Golfos de Roma, Sweeney Todd).
Asegura Peña que, con respeto, puede atreverse con todo y a veces, en un mismo año: tras meterse en la piel de uno de los Veraneantes, de Gorki, en 2006 dirigió su primer montaje, Los días felices de Beckett, poco tiempo después de pasearse De Mahagonny a Youkay Un viaje con Kurt Weill, recital musical ideal para una actriz, ya que la obra de Weill debe ser interpretada.
Le apasionan los personajes a los que puede hincar el diente y lo único que le llega a asustar es la responsabilidad que tiene todo el que se sube a un escenario. Queda patente en el sugerente monólogo de En casa / En Kabul, su última interpretación, la de una mujer hastiada y convencida de que en Afganistán encontrará la solución a su insatisfacción. A lo largo de 60 minutos nos lleva de viaje por estados emocionales diversos y abre el horizonte de un país tan escondido que acabó siendo olvidado. Lejos de que ocurra algo parecido con ella, Vicky Peña ya ha labrado un hueco en nuestra memoria.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
sábado, marzo 24, 2007
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