martes, febrero 27, 2007

Hablamos con... Luisa Martín

Madrileña, de 47 años, conocida gracias a la pequeña pantalla aunque curtida sobre los escenarios. Son muchos los que aún la recuerdan junto a Juan Echanove en El verdugo, por la que consiguió los principales premios de interpretación.

Enamorada del teatro -una veintena de trabajos corrobora el sentimiento- va más allá de su faceta como actriz y afronta la producción de Como abejas atrapadas en la miel, un montaje arriesgado y diferente.

DG: Dice el director que tienes en tu haber todos los registros, incluso los que no están inventados...
LM:
Qué va a decir él, que me ha tenido que aguantar: Esteve Ferrer, él sí que no para y eso, además de volverte loco, es muy enriquecedor... Hemos llegado al estreno muy tranquilos porque hemos hecho más ensayos generales de lo que habitualmente. Lo necesitábamos porque aquí somos pequeñas piezas de relojería, todos y cada uno de los que estamos delante y detrás tenemos que estar sometidos a una precisión exacta.

DG: Pero precisamente gracias al libreto y a la dirección, lo pasáis bien y eso se nota.
LM:
Me gusta el ritmo frenético, los cambios de personajes, el juego que plantea a partir de saltos temporales, el descubrimiento de pistas esenciales y las escenas paralelas. Es como trabajar con cámaras y el montaje de imágenes sobre las tablas, aprovecharse de lo mejor de dos medios maravillosos: el escénico y el audiovisual. Para poder provocar el desconcierto y el asombro en el público debemos estar, además, muy compenetrados: hay un componente de precisión ineludible para que el engranaje funcione al 100%.

DG: Embaucadora, inteligente, atractiva y hecha a sí misma, así es Alexa, una mujer con muchas aristas y secretos y capaz de engatusarnos con guiños...
LM:
Ahí está el juego que te mencionaba, uno de ellos. Yo no soy ambiciosa con los personajes, sino que soy más entusiasta del montaje. Aún así, esta mujer es la bomba, complicada y entretenida a la vez porque no la ves venir. Me gustó por las posibilidades que puede dar, por pasar por todos los estados de ánimo posibles, es un rol ideal para divertirse sobre el escenario más que sufrir.

DG: Supongo que también os enfrentaréis a muchas dificultades...
LM:
Hay muchas cosas difíciles en teatro, pero uno de los principales desafíos es encontrar un buen texto. ¿Cómo debe ser? Novedoso, atractivo por la estructura narrativa, por el tipo de personajes, sugerente... Tengo la suerte de tener muy cerca de Albert Mori, un espeleólogo de los textos teatrales acordes con la necesaria sátira social. Nuestro anterior proyecto, Historia de una vida, bebe de la misma necesidad por tratar un texto muy completo que hace referencia al mundo regido por el triunfo rápido y el afán por hacerse famoso a toda costa.

DG: Tras aquella producción, más intima y sencilla, aterrizas en un montaje propio de compañía nacional o gran empresa.
LM:
Si funciona la mitad de bien nos podemos dar por satisfechos. Supone un paso más, al cambiar de formato, y pasar de un ambiente más introspectivo a una fachada dominada por el glamour y lo urbano. En términos de producción, el salto es gigante, al contar con primeras figuras detrás del escenario, como la diseñadora Ana Garay y el iluminador Juanjo Llorens, y cinco actores más. Puesta la carne en el asador, sólo nos hace falta conseguir promoción, mantenerse arriba entre tan buena y variada oferta y con tan escaso apoyo.

DG: El reconocimiento del trabajo bien hecho anima a seguir con proyectos nuevos...
LM:
Sí, los hay, pero estamos muy concentrados en las abejitas. En caso de que marche bien tenemos un par de ideas en vista, no conmigo como actriz, aunque sí con otras intérpretes, ya que manifiesto mi gran admiración por las actrices españolas, de todas las edades, gente que trabaja mucho y no pierden la ilusión por el teatro, como Blanca Portillo y Blanca Apilánez, por mencionar a dos de ellas.

DG: ¿Y repetirías con Esteve como director?
LM:
Si el quiere, siempre. Es un profesional entusiasta que tira del carro con toda la fuerza y a veces sólo. Unos se encargan de la dirección escénica, otros descuidan los aspectos de realización, y también están quienes dejan la interpretación en manos de los actores. Él es el más apropiado para este montaje por su carácter extrovertido y su visión del trabajo, limpia y meticulosa.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Hablamos con... Verónica Forqué

Ella es Carmela. Fue la primera, mucho antes de que la sustituyera en el mítico montaje estrenado en 1987 Kiti Manver y el personaje llegase al cine con el rostro y la voz de Carmen Maura.

Como toca hacer teatro de calidad y recuperar nuestra memoria más olvidada, retoma esta reflexión sobre los cómicos en los momentos críticos de una guerra entre hermanos.

Daniel Galindo: ¡Ay, Carmela! es un reto para cualquier intérprete aunque sea un "miliciano de las tablas".
Verónica Forqué:
Por aquel entonces yo no era ni un cuarto de eso que dices. Hubo un antes y un después como actriz con esta obra. Yo sabía algunas cosas pero luego aprendí muchísimo más. Me eligió José Luis Gómez entre muchas compañeras y me entusiasmó mucho, tanto que creo que hasta el propio Gómez se asustó de mi interés en hacer la obra. Luego entró en escena Manuel Galiana con el que hice una gira entrañable. Así estuvimos durante año y medio... ¡Y de nuevo está Carmela dando guerra y aquí estoy yo también!

DG: ¿Qué queda de aquella actriz que con 32 años nos contó la dura vida de los cómicos y los infortunios del azar?
VF:
Mis vivencias me han convertido en otra persona: 20 años son muchos aunque el tango diga lo contrario. Estoy muy feliz de poder retomar un personaje dos décadas después, siendo más madura y comprendiendo mejor ciertas cosas. Yo era muy joven cuando lo hice y con Miguel he podido profundizar y enriquecerlo todo lo que he podido... Lo disfruto y eso es gracias a él, a que dirige con mucho cariño. Cada día revivimos con ilusión las mismas cosas, es un descubrimiento continuo, y eso que llevamos más de 150 funciones.

DG: De José Luis Gómez a Miguel Narros...
VF:
Cambian muchas cosas aunque cada uno ha hecho que crezca aún más este texto de José Sanchis Sinisterra. Miguel ha sabido rentabilizar el hecho de que 20 años después la experiencia del principio esté muy viva. Ha sacado jugo a la memoria emotiva, me ha pedido consejo y ha innovado en lo que le ha parecido.

DG: Después de poner en pie El sueño de una noche de verano y Doña Rosita la soltera la comunicación será muy fluida y os enfrentaréis al trabajo de una manera peculiar, ¿no?
VF:
Con la mirada, sí. Tenía muchísimas ganas de trabajar con él porque sus montajes tienen una vitalidad que no suele haber en otros. En los de Miguel, como espectadora, nunca me he aburrido y eso que le ha metido manos a textos muy complejos. Es su gran virtud como director. Yo le cogí hace 3 años y el pobre ya no se libra de mí. Hay mucha confianza: cuando le veo la cara después del ensayo, con muy pocas palabras o ninguna, sé lo que quiere. Sabemos por dónde vamos. Y, por si fuera poco, tiene un gran sentido del humor, mucha sorna, una cosa cachonda, divertida, tierna... Y eso se ve en esta obra.

DG: Una tragicomedia muy completa donde pasamos de la cruda realidad a la risa. Por cierto, entre tus máximas hay una frase de Oscar Wilde...
VF:
"Morir es fácil, lo difícil es la comedia". Yo he hecho mucho cine, televisión y teatro, que es el medio que te permite conocerte de una manera más profunda. Debuté sobre los escenarios en 1975 con Divinas palabras. Desde entonces he buscado en todos los papeles el lado cómico, hasta en los más duros, y el de Carmela es inteligente, patético y cómico, y a la hora de hacer reír necesitas algo especial que no se puede trabajar.

DG: ¿Es ese equilibrio entre homenaje a los cómicos, memoria histórica, drama y comedia el elemento diferenciador de ¡Ay, Carmela!?
VF:
No lo sé. Cuando una obra se convierte en algo inmortal, grande, no sabes cómo explicarlo. El texto ya es un regalo, tenemos mucha suerte de tenerlo para nosotros. Conecta con todo el mundo, aunque no sepan mucho de la historia, de los referentes reales... Mira, ese puede ser uno de los ingredientes básicos de esta mezcla tan bien cocinada.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Hablamos con... Josep María Pou

Era un paso obligado: después de casi 40 años como actor, siempre en primera línea, se estrena como director.

Su respeto por el público y la idea de sentirse responsable de todo un producto le ha llevado a cuidar y apasionarse por un montaje del que asume su traducción, adaptación, producción, dirección e interpretación. Le ha valido el aplauso del público, la crítica y los compañeros, sin olvidar la concesión del Premio Nacional de Teatro 2006 por una vida entregada a las tablas.

Detrás de La cabra hay una especie de declaración de intenciones y hablando con él somos conscientes de que ningún argumento es gratuito.

Daniel Galindo: Estamos acostumbrados a compartimentar, a poner etiquetas, pero resulta imposible encontrar sólo una para definir la obra. Sería acotar demasiado y no tenemos derecho a hacerlo...
Josep María Pou:
El lector que haya visto la obra habrá descubierto el truco maravilloso que nos lleva a hacer reír a partir de una mezcla agridulce y desconcertante, un texto dramático sobre un tema tan serio, tan profundo, tan vital. La clave está en la ironía con la que unos personajes muy inteligentes deben paliar un enorme dolor. El sarcasmo a veces es la única defensa para no caer y morirse de dolor. Eso provoca una risa nerviosa justo antes de preguntarnos por la razón de nuestra carcajada.

DG: No estamos ante un género específico: no es comedia, ni drama, ni tragedia...
JMP:
Es todo eso mezclado y más: teatro costumbrista, alta comedia, guiños del absurdo... Es vital para entender ese mundo. Partimos de un texto magnífico, con una profunda carga literaria, incluso filosófica. Los actores estamos acostumbrados a parcelar y aplicar claves, pero aquí cada 5 minutos hay un cambio radical. Es un viaje brutal y apasionante.

DG: Y con muchas paradas: la obra está salpicada de tantos temas que es imposible centrarse en uno sólo.
JMP:
Otra de las riquezas: es como un pastel de capas donde cada espectador puede encontrar lo que quiera. Hay quien sale del teatro conmocionado por la imposibilidad de controlar lo irracional del amor y quien se mosquea por el discurso de la doble moral, de haz lo que quieras pero que no se entere nadie. He leído muchos textos porque es mi oficio de siempre, pero nunca había tenido en mis manos una función que en 100 minutos pasara por tantos géneros y tuviese elementos como humor, sacrificio y otros que no vamos a desvelar. Un autor como Edward Albee, que se atreve a llevarnos por tantos recovecos, es muy valiente.

DG: Y es casi un logro mantener la tensión, sabiendo que el espectador tiene muy claro el motivo de ese viaje...
JMP:
Ha sido una de las cosas más difíciles de transmitir a los actores, aunque por suerte tuve mucho tiempo para trabajar en ello. El hecho de hacer la traducción, primero al catalán y luego al castellano, me ha servido para conocer cada detalle, silencios incluidos. Nuestro trabajo final es conseguir trastornar, noquear al espectador con algo inclasificable, pero sin que pierda el interés durante la obra.

DG: Da la sensación de que La cabra escogió a Josep María Pou...
JMP:
En cierta manera, así fue. Incapaz de esperar a que me enviasen el texto, me fui a Nueva York en un viaje relámpago a ver una de las funciones previas. Fue el viaje más enriquecedor de mi vida: salí del teatro con las ganas de contarle a todo el mundo lo que acababa de ver, compartir ese cúmulo de emociones con la gente a la que quiero. Me hacía feliz que el público español pudiese ver la obra, no digo gracias a mi, pero sí de mi mano. Es cierto que tenía ganas de dirigir, aunque no de manera especial, pero llegó La Cabra y me enamoré.

DG: Desde noviembre de 2005 el montaje lleva un recorrido de más de 14 meses. El tiempo y el reposo del éxito ha venido venir bien para ir tomando perspectiva...
JMP:
Al principio uno quiere abarcar tantas cosas que no tiene la claridad suficiente para ser objetivo. Ahora puedo decir que el montaje, por ser inclasificable y pertenecer a eso que llaman teatro de minorías, acaba interesando no sólo a unos pocos. Dice mucho a favor del público, que quiere cosas que le provoquen, que atraviesen las barreras que nos ponemos a fuerza de tantos impactos que recibimos, sobre todo a través de la televisión. El teatro llega a través de las emociones y deja un poso que luego permite reflexionar acerca de lo que se ha visto. Me gusta llenar los bolsillos con inquietudes, emociones, preguntas; al día siguiente, al cabo de un mes, uno saca algo de todo lo que arrojamos desde el escenario y se queda pensando. El teatro debe estar vinculado a la sociedad de su tiempo y convertirse en tratamiento de shock para curar males.

DG: Recetemos ir al teatro...
JMP:
Y más en estos tiempos tan crispados en que vivimos. Además el hecho de que 300 personas se reúnan para compartir una historia en principio insólita y absurda me merece más que respeto: que salga la gente de su casa, gaste dinero y tiempo, es un milagro y una capacidad de generosidad tan enorme que no tengo derecho a desperdiciar. Ya no sólo como actor sino como ser que forma parte de la sociedad me veo en la obligación de respetar al público y eso me tiene obsesionado. Yo elijo mis trabajos pensando en que nadie salga defraudado. Y eso es lo que me ha llevado a asumir tantas facetas, no por vanidad sino por impedir que nadie malee esta criatura, esta especie de legado.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Un apunte más: échale un vistazo a la página web de Josep María Pou.

Hablamos con... José Luis García Pérez

El teatro corre por las venas de este sevillano de 34 años. Muchos le conocieron gracias a Cachorro, de Miguel Albaladejo, pero los andaluces aficionados al teatro le identificaban como miembro de su compañía Digo Digo (En la boca del lobo, 5 y acción).

Atrapado por el cine desde que Miguel Albaladejo le confió el protagonista de Cachorro, José Luis no ha dejado de aparecer en la pantalla y se ha convertido en actor de cabecera de Gracia Querejeta (Héctor, Siete mesas de billar francés) y Gerardo Herrero, a cuyas órdenes rueda estos días una comedia junto a Federico Luppi y Carmen Maura.

Lanzado en el cine, no oculta su pasión por los escenarios, donde se mueve con soltura y no sólo como actor.

Daniel Galindo: Camino de las primeras 50 representaciones habrás tomado distancia para responder a esta sencilla pregunta: ¿Cómo ves Closer?
José Luis García Pérez:
Creo que es, junto con mi compañía, donde mejor me lo paso trabajando y eso que había mucha tela que cortar: dos meses y medio de ensayos, muchos minutos dedicados a la promoción, creo que nunca he dedicado tantos, mucha presión... A eso súmale que es muy estresante esto de hacer teatro. Después de un par de años dedicado por completo al cine casi me había olvidado de lo que era estar todo el día con un personaje en la cabeza: desde que te levantas estás pensando en que por la tarde tienes la función. Eso sí, trabajar y hacerlo con esta gente es una delicia, y cuando llego al Lara sólo pienso en dar gracias por todo lo que me ha tocado.

DG: Y seguirás dando gracias porque la obra todavía está en pañales, tiene mucha vida y la razón es que conecta muy bien con el público...
JLGP:
Fíjate que durante los tanteos previos teníamos claro que era una tragicomedia. Sabíamos que al ser una farsa patética y realista, podía funcionar, pero no sabes hasta qué punto reconforta sentir la risa nerviosa del público. Todos nos podemos ver reflejados en los seres que pululan por el escenario y se establece una complicidad vital entre el patio de butacas y nosotros, en las tablas. Además estoy enamorado de mi personaje: pasa por tantos estados que lo disfruto muchísimo sin darme cuenta de que pasa el tiempo y la obra termina.

DG: Tienes en tus manos una caja de sorpresas: Larry es un tipo muy complejo...
JLGP:
Sí, pero a la vez muy cercano. Te cuento mi historia con Closer: una amiga, la actriz Diana Lázaro, me dijo que había una película que me podía gustar, que yo le recordaba al tipo. Ella misma me llamó años después para decirme que Mariano Barroso iba a montar la obra. Corrí a buscar la película y me sorprendió verme tan reflejado en Larry. Al día siguiente me cité con Mariano y él llamó a Belén Rueda, que es parte de la producción, y le dijo: 'nuestro Larry acaba de entrar por la puerta'. Hay veces que uno piensa que está hecho para un papel y con Closer tuve esa sensación.

DG: ¿Avisamos a todos de que si vienen con los referentes de la película muy marcados se van a encontrar con algo muy diferente?
JLGP:
Sí, sobre todo porque la película de Mike Nichols es una versión de la obra de teatro original de Patrick Marber y no deja de ser una película 'americana'. Creo que la obra es mucho mejor que la película, tiene un lenguaje muy cotidiano e intenso, y luego está la magia de la verdad, por lo que te provoca mucho más: ver a cuatro personas a poca distancia, dando vida a un texto repleto de emociones...

DG: Sólo discrepo en que muchos la han tildado de 'obra urbana': si eso significa que todos vivimos en una espiral de soledad y necesitamos engañarnos, estamos apañados...
JLGP:
Pero tiene una lectura positiva además de visos de acabar como una historia feliz, salvadora... La vida urbana también tiene una esperanza, aunque a veces nos veamos en relaciones tan mentirosas. Eso es lo que perseguía Mariano, por cierto, un director al que le gusta mucho los actores. Basa su trabajo en lo personal, en la amistad, y los ensayos son muy largos y enriquecedores. Hemos trabajado como compañía independiente, con mucha unión entre nosotros, con la posibilidad de ensayar en un teatro que tiene 126 años y era el mismo donde luego íbamos a estrenar.

DG: Tu parcela sigue siendo Digo Digo Teatro donde experimentas en el campo de la dirección (Quijotadas) para afrontar nuevos retos...
JLGP:
Como el de Vampiros, un espectáculo que se basa en la diferencia y pronto llegará al Centro Cultural de la Villa. Cada vez que tengo un proyecto entre manos, me entrego por entero varios meses y luego siempre estoy sacando ratitos libres de los trabajos que no son por cuenta propia. Es entonces cuando sale a relucir mi vena de estudiante por mi formación como historiador. Me gusta meterme a fondo en un tema, investigar, y cuando ya están las cosas claras... ¡todos a ensayar! Y cuando ves que todo sale bien y que la gente disfruta, vuelves a agradecer por vivir de esto.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Un apunte más: échale un vistazo a la página web de Digo Digo Teatro, la compañía de José Luis.

domingo, febrero 25, 2007

Toni Collette

Pequeña Miss Sunshine, Voces en la noche... ¿De qué nos suena esta actriz? Rebusque en su memoria, vaya hasta 1994 y saqué del cajón películas-que-dan-la-campanada La boda de Muriel.

Con esa cinta se dio a conocer incrementando la nómina de actores australianos de su generación (Eric Bana, Rachel Griffiths) adoptados por papá Hollywood, aunque lo cierto es que, en más de 15 años de carrera, nunca se ha desprendido de cierto halo independiente.

Ahora sí que vemos a Toni Collette detrás de aquella desesperada y alocada mujer, Muriel, que modernizó el mito de la Cenicienta con complejo de patito feo cuando anunció que su única ambición en la vida era casarse y enfundarse en un vestido de novia. Consiguió engañar a todos y obtuvo su primera candidaturas a los Globos de Oro y con ella un visado permanente para trabajar al otro lado del Pacífico.

La actriz nacida en 1972 sí representa un sueño en la vida de real, el de muchos jóvenes que acaban poniendo su nombre en los títulos de crédito de películas tan taquilleras como El sexto sentido y Las horas y eso que no encontramos el gen interpretativo en su ADN -su padre es camionero y su madre empleada en una empresa de mensajería-.

Sirvió de contrapunto a Cameron Diaz, que se metió En sus zapatos. En la cinta de Curstis Hanson (L.A. Confidential) volvió a adoptar ese rol de vecina de al lado en la que nadie se fija hasta que se da bruces con ella en el ascensor. Quizás sea la característica que más llama la atención de una actriz que, de manera tímida, se ha ido abriendo camino entre sus compañeras, más llamativas (y por lo general, insulsas) a priori.

Más allá del dato frívolo de que juega con su peso en función de un papel u otro -engordó 20 kilos para ser Muriel-, su capacidad para mimetizarse con ciertos personajes le ha llevado a interpretar a la madre de una aspirante a pequeña reina de belleza norteamericana, la chica más feucha eclipsada por Gwyneth Paltrow en Emma y la perturbada que se inventa enfermedades en el thriller Voces en la noche, junto a Robin Williams.

Todavía tenemos que presentar a Collette como "la que salía en..." porque a nuestro país no han llegado títulos que le han dado prestigio: 8 mujeres y media, donde Peter Greenaway la convierte en una monja que trabaja en un burdel, Japanese story, en la que debe guiar a un turista accidental, y Hotel Splendide, que la presenta como cocinera jefe de un curioso y remoto complejo turístico por el que pulula Daniel Craig, el último Bond.

Si quiere conocer otras de sus facetas siempre puede recurrir a Velvet Goldmine, en la que da vida a la sufrida esposa de una estrella del rock (Jonathan Rhys Meyers), y Un niño grande, insustancial comedia donde también aparece la chica de Sydney para gloria de sus productores. Pero no se apure, lo de Toni Collette es sólo cuestión de tiempo.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

viernes, febrero 16, 2007

Monica Bellucci

Hay que pensar mucho para encontrar alguien como ella: natural, capaz de atisbar un halo de sensualidad y hacer convincente un papel como el de María Magdalena.

Esa naturalidad innata que enamora a la cámara es la baza principal de la actriz nacida en 1964 en la pequeña localidad de Citta di Castello, curiosamente cerca de donde trabajaría muchos años después.

En La Pasión de Cristo según Mel Gibson, apareció con la cara lavada y claro, atrapó a los pocos que aún no se habían fijado en ella. Antes había vuelto locos a los chiquillos de un pueblo italiano durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en Malena, de Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso), estrenada en el año 2000. Por aquel entonces el de Monica Bellucci era ya un rostro imprescindible en toda coproducción europea que se preciase y codiciado por directores en Hollywood.

Si es actriz es por culpa de Sophia Loren y Claudia Cardinale, aunque en sus inicios fue imagen publicitaria y modelo de pasarela. El trabajo en principio temporal que servía para pagar sus estudios en la Universidad de Perugia, se convirtió en puerta de entrada hacia la agencia Elite, la pequeña pantalla y, finalmente, el cine. Una trayectoria que la emparenta con otras de su generación, como Inés Sastre.

Francis Ford Coppola vio en ella a una de las criaturas que pululaban por el castillo de Drácula (1992) y ya en el siglo XXI, los hermanos Wachowski contaron con ella para formar parte de los repartos de la segunda y tercera entrega de la trilogía iniciada con Matriz. De manera paralela en el viejo continente se labraba una carrera con menos afán comercial, con excepción de algún título como Asterix y Obelix: misión Cleopatra, donde daba vida a la caricatura de la reina de Egipto.

Estuvo a las órdenes de Isabel Coixet en A los que aman; mientras, en Italia y Francia no daba tregua: con 32 años protagonizó El apartamento, cinta por la que fue candidata a un César, equivalente francés a nuestro Goya. No sería el único fruto positivo de la experiencia. Sabemos que el futuro del cine europeo pasa por la coproducción: la unión hace la fuerza y ella lo practica en casa al estar emparejada con el francés Vincent Cassel (Ocean's 12), compañero de reparto en aquella aventura, a la que siguieron Doberman, El pacto de los lobos, Irreversible y Agentes secretos.

Pronto les veremos de nuevo juntos en Hesitan, ella como una bella vampiresa para recordar sus pinitos en Hollywood, donde pagan muy bien. Lo curioso es que hasta ahora sólo se ha publicitado su salario a este lado del Atlántico: aseguran que por ¿Cuánto me amas? cobró más de millón y medio de euros. Pero un buen salario no es lo único, ahí está por ejemplo N (Napoleón y yo), una curiosa visión propuesta por Paolo Virzì, director de Catterina va in città.

En 2007 veremos a Monica en múltiples facetas ya que tiene pendientes de estreno 5 cintas, entre ellas El elegido (Le Concile de pierre), de Guillaume Nicloux, y Shoot'Em Up, una violenta película de suspense dirigida por Michael Davis. En ella el británico Clive Owen cuida de Bellucci, una mujer embarazada que, por supuesto, habla, aunque esto no es necesario para ser una buena actriz: ella siempre saca a colación la el papel de Holly Hunter en El piano. Tampoco le importa el tiempo en pantalla sino la enjundia del personaje, como la reina del espejo de El secreto de los hermanos Grimm y la fisioterapeuta madura de una de las historias que componen el fresco de Manuale d'amore 2.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.