martes, febrero 27, 2007

Hablamos con... Josep María Pou

Era un paso obligado: después de casi 40 años como actor, siempre en primera línea, se estrena como director.

Su respeto por el público y la idea de sentirse responsable de todo un producto le ha llevado a cuidar y apasionarse por un montaje del que asume su traducción, adaptación, producción, dirección e interpretación. Le ha valido el aplauso del público, la crítica y los compañeros, sin olvidar la concesión del Premio Nacional de Teatro 2006 por una vida entregada a las tablas.

Detrás de La cabra hay una especie de declaración de intenciones y hablando con él somos conscientes de que ningún argumento es gratuito.

Daniel Galindo: Estamos acostumbrados a compartimentar, a poner etiquetas, pero resulta imposible encontrar sólo una para definir la obra. Sería acotar demasiado y no tenemos derecho a hacerlo...
Josep María Pou:
El lector que haya visto la obra habrá descubierto el truco maravilloso que nos lleva a hacer reír a partir de una mezcla agridulce y desconcertante, un texto dramático sobre un tema tan serio, tan profundo, tan vital. La clave está en la ironía con la que unos personajes muy inteligentes deben paliar un enorme dolor. El sarcasmo a veces es la única defensa para no caer y morirse de dolor. Eso provoca una risa nerviosa justo antes de preguntarnos por la razón de nuestra carcajada.

DG: No estamos ante un género específico: no es comedia, ni drama, ni tragedia...
JMP:
Es todo eso mezclado y más: teatro costumbrista, alta comedia, guiños del absurdo... Es vital para entender ese mundo. Partimos de un texto magnífico, con una profunda carga literaria, incluso filosófica. Los actores estamos acostumbrados a parcelar y aplicar claves, pero aquí cada 5 minutos hay un cambio radical. Es un viaje brutal y apasionante.

DG: Y con muchas paradas: la obra está salpicada de tantos temas que es imposible centrarse en uno sólo.
JMP:
Otra de las riquezas: es como un pastel de capas donde cada espectador puede encontrar lo que quiera. Hay quien sale del teatro conmocionado por la imposibilidad de controlar lo irracional del amor y quien se mosquea por el discurso de la doble moral, de haz lo que quieras pero que no se entere nadie. He leído muchos textos porque es mi oficio de siempre, pero nunca había tenido en mis manos una función que en 100 minutos pasara por tantos géneros y tuviese elementos como humor, sacrificio y otros que no vamos a desvelar. Un autor como Edward Albee, que se atreve a llevarnos por tantos recovecos, es muy valiente.

DG: Y es casi un logro mantener la tensión, sabiendo que el espectador tiene muy claro el motivo de ese viaje...
JMP:
Ha sido una de las cosas más difíciles de transmitir a los actores, aunque por suerte tuve mucho tiempo para trabajar en ello. El hecho de hacer la traducción, primero al catalán y luego al castellano, me ha servido para conocer cada detalle, silencios incluidos. Nuestro trabajo final es conseguir trastornar, noquear al espectador con algo inclasificable, pero sin que pierda el interés durante la obra.

DG: Da la sensación de que La cabra escogió a Josep María Pou...
JMP:
En cierta manera, así fue. Incapaz de esperar a que me enviasen el texto, me fui a Nueva York en un viaje relámpago a ver una de las funciones previas. Fue el viaje más enriquecedor de mi vida: salí del teatro con las ganas de contarle a todo el mundo lo que acababa de ver, compartir ese cúmulo de emociones con la gente a la que quiero. Me hacía feliz que el público español pudiese ver la obra, no digo gracias a mi, pero sí de mi mano. Es cierto que tenía ganas de dirigir, aunque no de manera especial, pero llegó La Cabra y me enamoré.

DG: Desde noviembre de 2005 el montaje lleva un recorrido de más de 14 meses. El tiempo y el reposo del éxito ha venido venir bien para ir tomando perspectiva...
JMP:
Al principio uno quiere abarcar tantas cosas que no tiene la claridad suficiente para ser objetivo. Ahora puedo decir que el montaje, por ser inclasificable y pertenecer a eso que llaman teatro de minorías, acaba interesando no sólo a unos pocos. Dice mucho a favor del público, que quiere cosas que le provoquen, que atraviesen las barreras que nos ponemos a fuerza de tantos impactos que recibimos, sobre todo a través de la televisión. El teatro llega a través de las emociones y deja un poso que luego permite reflexionar acerca de lo que se ha visto. Me gusta llenar los bolsillos con inquietudes, emociones, preguntas; al día siguiente, al cabo de un mes, uno saca algo de todo lo que arrojamos desde el escenario y se queda pensando. El teatro debe estar vinculado a la sociedad de su tiempo y convertirse en tratamiento de shock para curar males.

DG: Recetemos ir al teatro...
JMP:
Y más en estos tiempos tan crispados en que vivimos. Además el hecho de que 300 personas se reúnan para compartir una historia en principio insólita y absurda me merece más que respeto: que salga la gente de su casa, gaste dinero y tiempo, es un milagro y una capacidad de generosidad tan enorme que no tengo derecho a desperdiciar. Ya no sólo como actor sino como ser que forma parte de la sociedad me veo en la obligación de respetar al público y eso me tiene obsesionado. Yo elijo mis trabajos pensando en que nadie salga defraudado. Y eso es lo que me ha llevado a asumir tantas facetas, no por vanidad sino por impedir que nadie malee esta criatura, esta especie de legado.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Un apunte más: échale un vistazo a la página web de Josep María Pou.

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