domingo, octubre 07, 2007

Demi Moore, un perfil

La que en los noventa fue la estrella mejor pagada de Hollywood ofreció en el pasado Festival de San Sebastián todo un tratado de interpretación, fama y mercado. Y presentó película, Un plan brillante.

Por si no lo sabía, Demetria Gene Guynes nos lo aclara: "la carrera de un actor tiene subidas y bajadas, es como una ola y lo único que puedes hacer es lanzarte a ella". Se despachó a gusto con los periodistas la que ha recibido proposiciones indecentes, ha sido acosada, juró a Melanie Griffith, Rita Wilson y Rossie O’Donnell que serían Amigas para siempre, se marcó un Striptease y se rapó la cabeza al cero cuando le tocó ser La teniente O’Neil.

En su último estreno vemos a Moore compartiendo secuencias con Michael Caine, algo que si se lo hubieran dicho cuando debutó en el cine, allá por 1984, no lo hubiera creído, sobre todo si se lo dice el propio Caine, que daba vida al padre de su personaje en Lío en Río.

Por mucho maquillaje que le pongan durante la caracterización de su personaje en Un plan brillante nadie puede negar que, a sus 44 años, sigue siendo una de las bellezas de Hollywood, ese lugar al que llegó con poco más de 20. Por cierto, hablando de físico, ella señala que la belleza es algo que lo mismo puede jugar a favor que en contra y asegura que en su caso el papel que ha desempañado sido favorable, "pero lo esencial es no depender de ella para conseguir tu objetivo final".

Para la actriz nacida en Rosswell, Nuevo México, es un error centrarse demasiado en mantener la juventud en lugar de celebrar todo lo que conlleva la madurez. Su objetivo en la vida es buscar papeles que le supongan un reto: no le gusta repetirse, sino explorar nuevos caminos y salir de la comodidad que ya ha logrado en el terreno profesional.

Y ahora rebusquemos en su pasado: no, no vamos a decir que se ha divorciado ya dos veces, es madre de tres hijos –junto a Bruce Willis- y está en su tercer matrimonio, con Ashton Kutcher, quince años más joven que ella. Lo que sí hemos encontrado es que su mayor éxito data de 1990, es –seguro que lo han adivinado- Ghost, y llegó a ser la primera actriz del mundo en cobrar 10 millones de dólares por película.

Volviendo a lo estrictamente cinematográfico, dice que ahora elige mejor los papeles, prueba de ello es el de Bobby por ejemplo, a las órdenes de Emilio Estevez, un trabajo corto, pero intenso. A pesar de estar presente en casi el 90% de los planos, el de Un plan brillante no fue muy acertado que digamos. Veremos qué ocurre con Mr. Brooks, un título a punto de ver la luz en el que comparte protagonismo con Kevin Costner y William Hurt.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Maribel Verdú, un perfil

Muchos consideran su trabajo en Siete mesas (de billar francés) y El laberinto del fauno como el renacer de las cenizas de este ave Fénix, aunque en realidad esta madrileña nunca se marchó para los amantes del cine en español.

Es de esas actrices que nos han saludado toda la vida sobre la pantalla grande, desde que a los 15 años apareció junto a Fabio Testi en El sueño de Tánger, de Ricardo Franco.

Fue el malogrado cineasta quien le regaló en 1997 uno de sus papeles memorables, el de 'la tuerta' en La buena estrella, con Antonio Resines y Jordi Mollá. Como leeremos, el cine le ha dado grandes satisfacciones a tres bandas y, en concreto, con sus dos amigos, aunque por separado, haría muchas de sus cerca de 40 películas: Carreteras secundarias, La celestina, El portero...

Quien haya visto Amantes, de Vicente Aranda, difícilmente podrá olvidar los primeros planos de la joven Maribel en Burgos. Por aquel momento, comienzos de los 90, ya empezaba a ser conocida en cine, tele y teatro. Repetía aquel cuarteto, porque en ese caso fue cuarteto, compuesto por la actriz, Jorge Sanz y Victoria Abril, bajo la atenta mirada del maestro Aranda, que pusieron en pie una atípica continuación de la televisiva Los jinetes del alba.

Cuatro años antes, en 1986, los más jóvenes del grupo aficionado a los capítulos de La huella del crimen se conocieron con motivo del rodaje de El año de las luces, de Fernando Trueba. Desde entonces Sanz y Verdú han sido novios, hermanos, amigos y esposos en la pantalla grande, la última vez en Tiempo de tormenta, de Pedro Olea. A Maribelín -así se refiere a ella Resines- se la rifan todos, por algo ha trabajado con Montxo Armendáriz (27 horas), Carlos Saura (Goya en Burdeos), Gerardo Herrero (Frontera sur), José Luis Garci (Canción de cuna) y Bigas Luna (Huevos de oro), sin olvidar a sus queridos Vicente y Fernando.

De resaca por culpa de la fábula del fauno, más terrible que hermosa, Verdú reconoce que ahora toca descansar, a pesar de que el papel le ha dado, si no todo, mucho: hace unos meses volvió a pisar la alfombra roja de los Oscar, casi 15 años después de acudir por primera vez a Los Ángeles con Trueba y la trouppe de actrices de Belle Epoque, también el amigo Jorge. Su papel a las órdenes de Guillermo del Toro le ha devuelto a la primera línea cinematográfica.

El año 2006 ha sido uno de los más productivos de su carrera: cuatro largometrajes a un lado y otro del Atlántico, sin olvidar su primer protagonista a las órdenes de Gracia Querejeta. Con la directora madrileña y Blanca Portillo ha formado un trío indisoluble que, según reconocen las tres, irá más allá de Siete mesas (de billar francés). Como apuntamos, es sólo uno de los títulos que tiene en la nevera a punto de estrenar, entre los que se encuentran Oviedo Express, de Gonzalo Suárez, y sus escapadas a Argentina con El niño de barro, otra incursión en el género de terror, y México, con motivo de La zona, de Rodrigo Pla. Maribel suma y sigue.


Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

sábado, octubre 06, 2007

Hablamos con... Ricardo Darín

Ya está en las pantallas La señal, una película de género negro que nos lleva hasta el Buenos Aires de 1952. Es lo último del actor argentino que se dio a conocer en España con El hijo de la novia y al que luego hemos visto en títulos como Nueve reinas, Kamchatka y La educación de las hadas.

No sabemos si alguna vez pensó ponerse detrás de la cámara, pero seguro que no entraba en sus planes hacerlo de una manera tan improvisada. Tras la muerte de un amigo, el cineasta Eduardo Mignogna, ha conocido, casi sin pretenderlo, el gran esfuerzo que supone hacer un largo, no sólo en términos económicos, sino también el desgaste emocional que conlleva... De todo ello nos habló en su paso por Madrid.

Daniel Galindo: El guión que Mignogna no pudo ver convertido en imágenes por fin está en las pantallas...
Ricardo Darín: Y si has visto sus películas, El faro del sur, El viento, Sol de otoño, La fuga... Te habrás dado cuenta de que no es una película de Mignogna. Martín Hodara y yo le dimos muchas vueltas a la cabeza y al final decidimos no dejarnos influir por él. Me explico: él era el alma, sí, pero elegimos un camino muy diferente al que él hubiese tomado. Seguro que le hubiese quedado una cinta más esperanzadora, porque él tenía un gran sentido del humor, era muy inteligente...

D.G: Tú le conocías muy bien, ¿qué hubiese opinado del resultado?
R.D: Creo, de verdad, que estaría de acuerdo con lo que hemos hecho, sobre todo porque intentamos plasmar los valores y los códigos de una generación que pocos han sabido retratar, muy pocos, salvo él en su novela, una historia de traición y ambiciones ambientada en los días en que Eva Perón agonizaba.

D.G: Ese es el fondo pero la idea era la de dar una vuelta de tuerca al cine negro...
R.D: Queríamos una película de género pero buscando siempre el equilibrio y la credibilidad, sin que se nos quedase a todos un regusto negativo, recargado por culpa de unas interpretaciones acartonadas, menos digeribles y más propias de los años cuarenta y cincuenta. Los espectadores estamos acostumbrados a otra cosa, el gusto se ha educado de otra forma, es diferente y por eso, a sabiendas de que pretendíamos retratar una época, evitamos copiar giros y claves para huir del homenaje presuntuoso y hacer más nuestra la película, con una actuación negra y seca, pero mostrando la vulnerabilidad de los personajes y mostrando un equilibrio entre la argentinidad y los patrones del género.

D.G: Ahora verá todo el proceso de concepción de un largo de manera diferente... ¿Qué ha aprendido de la experiencia?
R.D: Muchas cosas, pero de lo que más me enorgullezco es de haber sobrevivido a los miedos, la responsabilidad y los quebraderos de cabeza por una primera película a la que se unía un componente sentimental por la muerte de Mignogna. Me quedo con el sacrificio que supone estar muchos meses con un proyecto, con la mirada totalizadora que te proporciona eso... Y he disfrutado muchísimo en el proceso de edición y montaje ya que ahí pude descubrir el origen de un gesto, algo que espero me sirva cuando esté delante de la cámara: a mi edad he cambiado de opinión en cuanto al trabajo del actor.

D.G: ¿En qué sentido?
R.D: En cuanto a eso de meterse en los papeles de época: siempre me pareció un tanto ‘facilista’, incluso infantil... Los grandes actores cambiaban de registro al enfundarse en trajes de otros tiempos, sólo por colocarse un sombrero, pero he comprobado que vestirse de cierta forma te condiciona a la hora de andar, de moverte, de expresarte... Uno empieza a comportarse de otra manera y eso enriquece la actuación.

D.G: Está de más preguntarlo, pero... ¿Repetiría la experiencia?
R.D: Sin dudarlo. Lo de actuar y dirigir a la vez es algo que no me parece recomendable porque alguno de los dos trabajos se puede resentir en el camino. Ya sabes que en este caso no tuve más remedio, pero me cuidaré de que no vuelva a pasar. Nadie sabe qué va a hacer en un futuro, pero lo que sí sé es que para poder dirigir hay que tener una historia muy clara y muy bien pensada, además de algo bueno que contar.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

Hablamos con... Gracia Querejeta

Una estación de paso, El último viaje de Robert Rylands, Cuando vuelvas a mi lado y Héctor. Cuatro películas, sólo cuatro, y la cineasta madrileña se había convertido ya en un referente del cine reciente español.

La última, Siete mesas (de billar francés), estaba llamada a ser una de las grandes apuestas de este final de año, pero antes incluso de su estreno oficial ha dado más de una satisfacción, como la Concha de Oro al mejor guión y el reconocimiento, también en San Sebastián, a una de sus actrices, Blanca Portillo.

Daniel Galindo: Sabemos que te ha quedado un regusto amargo tras los premios que os habéis traído de San Sebastián...
Gracia Querejeta: No quiero que nadie lo entienda mal, pero me ha dado pena que Maribel se quedara sin premio. Me gusta mucho que hayan destacado la labor de Blanca, también el premio al mejor guión: está muy bien que se reconozca la labor más solitaria, que es la de escritura, pero me hubiese gustado que el premio a la actriz fuese ex aequo, porque Blanca y Maribel se sostienen una a la otra.

D.G: Blanca Portillo y Maribel Verdú, dos mujeres, dos personajes, condenados a entenderse...
G.Q: Por circunstancias de la vida no tienen más remedio que sacar a flote un negocio, un viejo salón de billares. Su relación cambia conforme avanza el metraje y al final es la película más optimista que he hecho. Salió de manera espontánea porque, después de esos veinte primeros minutos demoledores, necesitaba reírme de los dramas. Ha sido una necesidad y creo que el espectador agradece que entremezcles lo cómico con lo trágico. Ahí está por ejemplo el equipo de billaristas, que parecen sacados de otra época y le dan el toque menos dramático a la trama.

D.G: Ya se va diciendo que las tres formáis un nuevo núcleo duro del cine español, al menos en cuanto a amistad se refiere...
G.Q: Nunca se sabe lo que puede pasar cuando unos actores y un director empiezan a trabajar mano a mano: puede que la cuestión quede ahí y luego cada uno se marche a su casa, y hay veces que se sobrepasa la línea y desde trabajo se llega a la amistad. En nuestro caso se ha producido una doble fortuna, porque no siempre ocurre y tampoco tiene que pasar necesariamente, pero es cierto que con ellas me he sentido muy a gusto, me siento bien.

D.G: Blanca y Maribel son nuevas en el universo Querejeta; quien no llegar por primera vez a un proyecto tuyo es el guionista David Planell.
G.Q: Ya habíamos trabajado juntos en Héctor y lo cierto es que ha sido un trabajo muy intenso, aunque hemos tardado menos tiempo en parirlo que el anterior, alrededor de un año, muy poco si somos conscientes de mi lentitud habitual. Aunque hemos tenido dedicación exclusiva al proyecto, tengo que decir que ha sido un proceso muy fluido y muy, muy gratificante. Además te enriquece ver otro punto de vista sobre un mismo hecho.

D.G: Como ocurrió con Héctor, la película supone echar un vistazo al barrio de siempre, en este caso al municipio madrileño de Coslada, con ayuda de personajes luchadores, que son una constante en tu cine...
G.Q: Sí, yo creo que casi lo hago ya para exorcizar los miedos que puedo tener en un momento determinado de mi vida. Tiene mucho que ver con la necesidad de autoconvencerse de que casi siempre suele haber salida incluso de las situaciones más tremendas. Yo escribo para vengarme de los fantasmas y las cosas que me paralizan. Lo hago con ese propósito, pero el caso es que no me curo, aunque sí que todas mis historias, aunque el punto de partida pueda ser dificultoso o penoso, de pronto giran y eso es porque alguien acaba echándole ganas a las cosas y trabajo. De esta forma uno también contribuye a que pueda encontrarse con otras vías para tirar hacia delante y estar mejor de como uno estaba.

D.G: Y es por ese mensaje positivo y esa manera de contar las cosas que tus películas gustan tanto...
G.Q: No soy yo quien tiene que responder a eso, pero es cierto que todos pretendemos llegar al mayor número de público. Yo al menos no tengo intención de quedarme con mis cosas para mí misma y los míos, quiero que las películas fluyan para la gente que las está viendo. A veces pienso que quizás no sean fáciles o cómodas, pero sí creo que juegan con el valor de la cercanía: me gusta que el espectador se sienta reconocido en los problemas que está planteando la historia.

D.G: Tres veces has pasado ya por Donosti, la primera vez fue con El último viaje... La segunda con Cuando vuelvas a mi lado, acompañando a esas tres mujeres que deben cargar con las cenizas en un viaje al pasado...
G.Q: Esta película es diferente: no tiene flashbacks, todo el rato es hacia delante... Tendrá puntos en común con Cuando vuelvas... Incluso con Rylands, no lo sé, yo tengo la sensación de que todas las películas que he hecho, que tampoco son tantas, están unidas por una fina línea unas con otras y desde luego Siete mesas… es heredera de todo lo que he hecho anteriormente. También es distinta, yo sé que es distinta.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.