Se han descubierto tres nuevos satélites: Penélope Cruz, Ben Kingsley y Dennis Hopper. Orbitan a las órdenes de la cineasta en Nueva York y Vancouver.
El motivo es el rodaje de su sexto largometraje, Elegy, basado en la novela de Philip Roth El animal moribundo. Isabel Coixet rueda de nuevo en inglés, ésta vez a partir de un guión no escrito por ella, y lo hace después de ser uno de los altavoces de los Invisibles, el proyecto de Javier Bardem que le emparentó con Wim Wenders, Mariano Barroso y Fernando León de Aranoa.
Demasiado viejo para morir joven fue su tarjeta de presentación en 1988. Tenía 26 años y con ella optó al Goya a la mejor dirección novel. Emma Suárez, Fernando Guillén y Carmen Elías fueron los primeros en girar en torno a esta creadora sui generis, luego llegarían muchos otros, compatriotas afines a su cine -Javier Cámara y los hermanos Almodóvar como productores-, y foráneos, como Tim Robbins y Monica Bellucci. No hay diferencia entre ellos ya que el cine es su mejor visado.
Con Cosas que nunca te dije comenzó su periplo norteamericano. Continuaría con Mi vida sin mí 8 años más tarde, sin olvidar la escala gallega de A los que aman, con Patxi Freytez, Gary Piquer y Albert Pla, entre otros. Tras su pasional historia de amor paneuropea cogió las maletas y se marchó hasta Canadá para relatarnos su 'triste cuento vitalista' en el que Amanda Plummer, Mark Ruffalo, María de Medeiros, Deborah Harry y Scott Speedman tenían un protagonismo activo.
Al contrario de otros cineastas que comenzaron en el mundo de la publicidad, Coixet no lo ha abandonado: lo mismo sigue a Manolo Escobar en la búsqueda de su carro, que manda a Leonor Watling al quinto pino, bien equipada eso sí. Su manera de realizar ha marcado un estilo propio que se puede ver cuando la actriz se transforma en la voz de Marlango y protagoniza videoclips como el de It´s all right.
Su abuela vendía entradas en un viejo cine de Barcelona y de ahí le viene su vocación. Dice que nunca quiso ser actriz, sino la persona que hacía esas hermosas historias, relatos que sirven para transmitir una idea concreta del mundo: aprovecha su obra para dar a conocer músicos como Anthony & the Johnsons, recuperar escritores como John Berger y plasmar su peculiar catálogo de píldoras sobre el amor, la familia y la amistad.
Si en todas sus películas da pinceladas acerca de su compromiso social, en La vida secreta de las palabras lo hace con mayor profusión: su refugiada bosnia, interpretada por Sarah Polley, estaba íntimamente relacionada con el Consejo Internacional de Rehabilitación de Víctimas de la Tortura, una sólida y necesaria institución que permite que supervivientes al tormento puedan dejar de sobrevivir para intentar vivir.
Su quinto largometraje parece una extensión del Viaje al corazón de la tortura, documental con el que recorrió el lado más siniestro de la India, el corazón de los Balcanes y Turquía. Detrás de sus gafas de pasta y su personalidad estridente se parapeta un carácter curioso, una rara avis ávida de indagar en la vida de los otros y contárnosla, empeñándose a través de su productora Miss Wasabi, su nombre de guerra.
Siempre que le llaman para participar en un proyecto colectivo no pone excusas. Había motivo para gritar junto a otros y criticar al Gobierno de José María Aznar. Ella lo hizo narrando La insoportable levedad del carrito de la compra. Dejando a un lado su activismo, se tomó unas vacaciones para declarar su amor por París con un episodio rodado en el barrio de la Bastilla con Sergio Castellito como cicerone. Y ahí no termina la historia ya que es una de las cinco cineastas que se han unido bajo el paraguas del medio ambiente para rodar un corto sólo con la ayuda de un móvil. Incombustible.
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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