jueves, octubre 05, 2006

Hablamos con... Eduardo Aldan

Su recorrido por la memoria y la infancia consigue dibujar sonrisas y sacar alguna que otra lagrimita. Con Espinete no existe invita a disfrutar de sensaciones que son patrimonio de todas las generaciones y afronta la dura tarea de convertir los bajos del Teatro Gran Vía en una islita en medio del inmenso océano donde sólo hay grandes espectáculos.

A fuerza de constancia ha conseguido reestrenar montaje propio donde se revela como artista integral (director, intérprete, productor y guionista). Tiene ganas de explorar aunque sólo con una cosa clara: no se considera actor sino comunicador. Lo corrobora su trayectoria en el viejo oficio del contador de historias.


Daniel Galindo: Cerraste temporada y vuelves al mismo escenario, una proeza sólo destinada a los musicales y algún montaje dramático...
Eduardo Aldan:
Y yo creía que era sólo para un mes. El público actuó como chivato y tuvimos que ampliar y claro, yo encantado, porque Espinete no existe es parte de mi vida, mi caja de recuerdos particular. Y al final la he abierto. Era un capricho tan mío que no quería que nadie metiese mano, por eso ha tardado en ver la luz.

DG: Nos gusta recordar viejos tiempos, incluso los que no fueron buenos. Y aunque parezca que el espectáculo entronque con los que fueron niños en los 70 y comienzos de los 80, es cierto que arrastras a mucha gente.
EA:
Hay gente mayor y más joven que conecta igual. Es el caso de nuestra generación anterior, que ha vivido esa época como padres o abuelos. Al intentar transmitir sentimientos el resultado no es algo concreto. Además uno se da cuenta de que cuando particulariza generaliza aún más: cuanto más hablas de ti mismo, mejor se identifica contigo el público.

DG: Muchos te identifican con las factoría de El club de la comedia. ¿Cuesta quitarse el sambenito de monologuista televisivo?
ED:
Si lo hay, que seguro que sí, desde luego no es un estigma, todo lo contrario: es una buena marca pero no duradera, al menos si pretendes huir de fórmulas establecidas. Es una escuela muy digna, con sus limitaciones y sus aciertos. Hay que cuidar el género y hacerlo crecer con nuevos retos. Durante esa etapa me sentí muy libre e incluía retales sobre la infancia, las chucherías, el material escolar... Todo está en este espectáculo y confieso que era parte de un plan diabólico concebido desde tiempo atrás. Como George Lucas y su Guerra de las Galaxias, yo tenía que contarlo todo en dos horas, después de pulir mucho y hacerlo a mi gusto. Desde que empecé a escribir la primera línea han pasado 5 años. Y sigue evolucionando, porque las opiniones y los puntos de vista ajenos, sugeridos no impuestos, son buenos y necesarios.

DG: El monólogo es una fórmula arriesgada y por eso debe sorprender, jugar con herramientas muy concretas, ir del humor al drama...
EA:
Y eso es un riesgo... No es comedia al uso ni una estructura cerrada donde ya sabemos cómo empieza y cómo puede acabar. Cuando el humor es previsible pierde su gracia, la capacidad de sorpresa. Le tienes que dar ritmo, intensidad y fondo para no buscar sólo la risa. Hay gente que llora y eso para un cómico que persigue comunicar, tocar la fibra sensible, es el mayor de los premios. Pienso en Chaplin, que era un maestro porque su comedia llevaba implícita poesía, crítica, capacidad de conmover, potencia visual y mensaje. Sólo hay que ver El gran dictador, que es arte porque te conmueve.

DG: Y después de Espinete...
EA:
A veces me preguntó qué voy a hacer en mi vida si ya he contado lo que quería. ¿Voy a estar otros 10 años preparando lo siguiente? Pues a lo mejor sí, pero ya tengo claro un punto de partida. Esto ha sido el comienzo de la exploración, mis primeras pruebas... Lo siguiente va a ser totalmente diferente, no hay competencia por ahora. Pero mientras sale seguiremos con recordando nuestros momentos de ayer.

Contenido íntegro del texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

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