
Londres, 1969. Se abre el telón del Kit Kat Club y vemos a una Judi Dench de 35 años bailando y embelesando a los hombres en Cabaret. Fue tres años antes de que Liza Minnelli inmortalizara en la gran pantalla al personaje de Sally Bowles. La británica llevaba dos décadas subida a las tablas, desde que debutó en 1951 con Hamlet en el papel de Ofelia.
Diez años después se puso a las órdenes de Franco Zeffirelli en Romeo y Julieta y se unió a la prestigiosa Royal Shakespeare Company, comenzando las giras con obras como El lobo, Macbeth y La importancia de llamarse Ernesto.

Y ahora toca decirles que no se ha equivocado de sección, que continúa en la de Cine. El caso es que Judi Dench considera que su salto al celuloide fue algo no premeditado y, hasta cierto punto, curioso: Brannagh, uno de sus discípulos en los escenarios, le ofreció pequeños papeles en sus primeras películas, Hamlet y Enrique V, pero fue James Ivory quien le dio su primer papel de peso en Una habitación con vistas.

En cuatro ocasiones ha sido candidata al Oscar a la mejor actriz (Su majestad Mrs. Brown, Iris, Mrs. Henderson presenta y Diario de un escándalo) y otras dos veces ha optado por el que reconoce a la mejor actriz de reparto, por Chocolat y Shakespeare enamorado, por cuya interpretación, la más corta de todas las que han concurrido a este premio –8 minutos-, se alzó con la estatuilla.
Se da la paradoja de que en la pasada edición de estos premios coincidió con Kate Winslet y Helen Mirren, dos actrices que, con diferentes edades, reconocen ser deudoras de las enseñanzas de Dench, Smith y Redgrave, tres representantes vivas de una generación imprescindible en la vida cultural del Reino Unido. Y pesar de todo, la Dama de Honor del Imperio Británico, teme quedarse sin trabajo. ¿Usted se lo cree?
Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.
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