sábado, octubre 06, 2007

Hablamos con... Ricardo Darín

Ya está en las pantallas La señal, una película de género negro que nos lleva hasta el Buenos Aires de 1952. Es lo último del actor argentino que se dio a conocer en España con El hijo de la novia y al que luego hemos visto en títulos como Nueve reinas, Kamchatka y La educación de las hadas.

No sabemos si alguna vez pensó ponerse detrás de la cámara, pero seguro que no entraba en sus planes hacerlo de una manera tan improvisada. Tras la muerte de un amigo, el cineasta Eduardo Mignogna, ha conocido, casi sin pretenderlo, el gran esfuerzo que supone hacer un largo, no sólo en términos económicos, sino también el desgaste emocional que conlleva... De todo ello nos habló en su paso por Madrid.

Daniel Galindo: El guión que Mignogna no pudo ver convertido en imágenes por fin está en las pantallas...
Ricardo Darín: Y si has visto sus películas, El faro del sur, El viento, Sol de otoño, La fuga... Te habrás dado cuenta de que no es una película de Mignogna. Martín Hodara y yo le dimos muchas vueltas a la cabeza y al final decidimos no dejarnos influir por él. Me explico: él era el alma, sí, pero elegimos un camino muy diferente al que él hubiese tomado. Seguro que le hubiese quedado una cinta más esperanzadora, porque él tenía un gran sentido del humor, era muy inteligente...

D.G: Tú le conocías muy bien, ¿qué hubiese opinado del resultado?
R.D: Creo, de verdad, que estaría de acuerdo con lo que hemos hecho, sobre todo porque intentamos plasmar los valores y los códigos de una generación que pocos han sabido retratar, muy pocos, salvo él en su novela, una historia de traición y ambiciones ambientada en los días en que Eva Perón agonizaba.

D.G: Ese es el fondo pero la idea era la de dar una vuelta de tuerca al cine negro...
R.D: Queríamos una película de género pero buscando siempre el equilibrio y la credibilidad, sin que se nos quedase a todos un regusto negativo, recargado por culpa de unas interpretaciones acartonadas, menos digeribles y más propias de los años cuarenta y cincuenta. Los espectadores estamos acostumbrados a otra cosa, el gusto se ha educado de otra forma, es diferente y por eso, a sabiendas de que pretendíamos retratar una época, evitamos copiar giros y claves para huir del homenaje presuntuoso y hacer más nuestra la película, con una actuación negra y seca, pero mostrando la vulnerabilidad de los personajes y mostrando un equilibrio entre la argentinidad y los patrones del género.

D.G: Ahora verá todo el proceso de concepción de un largo de manera diferente... ¿Qué ha aprendido de la experiencia?
R.D: Muchas cosas, pero de lo que más me enorgullezco es de haber sobrevivido a los miedos, la responsabilidad y los quebraderos de cabeza por una primera película a la que se unía un componente sentimental por la muerte de Mignogna. Me quedo con el sacrificio que supone estar muchos meses con un proyecto, con la mirada totalizadora que te proporciona eso... Y he disfrutado muchísimo en el proceso de edición y montaje ya que ahí pude descubrir el origen de un gesto, algo que espero me sirva cuando esté delante de la cámara: a mi edad he cambiado de opinión en cuanto al trabajo del actor.

D.G: ¿En qué sentido?
R.D: En cuanto a eso de meterse en los papeles de época: siempre me pareció un tanto ‘facilista’, incluso infantil... Los grandes actores cambiaban de registro al enfundarse en trajes de otros tiempos, sólo por colocarse un sombrero, pero he comprobado que vestirse de cierta forma te condiciona a la hora de andar, de moverte, de expresarte... Uno empieza a comportarse de otra manera y eso enriquece la actuación.

D.G: Está de más preguntarlo, pero... ¿Repetiría la experiencia?
R.D: Sin dudarlo. Lo de actuar y dirigir a la vez es algo que no me parece recomendable porque alguno de los dos trabajos se puede resentir en el camino. Ya sabes que en este caso no tuve más remedio, pero me cuidaré de que no vuelva a pasar. Nadie sabe qué va a hacer en un futuro, pero lo que sí sé es que para poder dirigir hay que tener una historia muy clara y muy bien pensada, además de algo bueno que contar.

Texto escrito por Daniel Galindo y publicado en LaNetro.com.

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